Esta ha sido una interrogante a la que se le han dedicado muchas horas de estudio. Tanto profesionales de las Ciencias Sociales como los entendidos de la Economía han deliberado al respecto. Cabe recordar que hace más de siglo y medio el británico Adam Smith intentó darle respuesta al asunto con su obra «La Riqueza de las Naciones». La discusión se había zanjado cuando se definió el Producto Interno Bruto (PIB) como método infalible para determinar cuáles eran los Estados «ganadores». No obstante lo anterior, la mesa del debate quedó servida cuando surgieron varios investigadores con otras propuestas innovadoras. A raíz de la crisis mundial del año 2008, estas voces tuvieron mayor resonancia. Se puso en evidencia que la antigua medición era insuficiente para determinar el progreso de un país. Inclusive la «primavera árabe» y la guerra contra el narcotráfico en Méjico demostraron que el simple crecimiento del PIB no se convierte en beneficio para toda la ciudadanía.

Entonces, la ralentización económica puso en evidencia la necesidad de nuevos estándares. Por lo pronto no se habla de una revolución teórica, puesto que los planteamientos son complementarios al antiguo paradigma.
Sin embargo, sí han incorporado las preocupaciones de la gente real. Preguntas del tipo: ¿Tengo suficiente para comer?, ¿poseo una vivienda?, ¿puedo acceder a la educación?, ¿saldré adelante en la vida?, ¿tendré que enfrentarme a la discriminación?; son parte de las disyuntivas cotidianas de miles de personas.
En línea con este pensamiento, el pasado 11 de abril se presentó el Índice de Progreso Social en el Foro Mundial Skoll en Oxford (Reino Unido). El lanzamiento se dio en el marco de una de las reuniones más importantes para personas emprendedoras sociales. En ellas se trata la necesidad del cambio en los modelos de medición. De tal manera, el  éxito de los países debe ir de la mano con el factor de la sostenibilidad; al tiempo que se logre evaluar el progreso e identificar mejoras.

Por primera vez se creó una tabla clasificatoria que evalúa elementos sociales y ambientales de 50 países. Como resultado, se puede determinar el bienestar de un país más allá de los simples cálculos económicos. Por ende, se puede ver cómo los distintos niveles de ingresos permiten la satisfacción verdadera de las exigencias ciudadanas.
Se concluyó que si bien el crecimiento económico colabora al bienestar, este no es más que un factor entre muchos otros. Así, la medida consta de 52 indicadores ordenados en 14 componentes. Del mismo modo, se descompone en tres subíndices: necesidades humanas básicas, infraestructura social e igualdad de oportunidades. El enfoque y desglose tienen por objeto proporcionar suficiente nivel de detalle para guiar la asignación de prioridades políticas y la innovación social.
En el caso particular costarricense, hay un énfasis positivo en tres maneras. Por un lado, Costa Rica aparece como el convertidor más eficiente en cuanto a ingreso per cápita y bienestar para la ciudadanía. Es por ello que se posiciona como el primer país en Latinoamérica. Asimismo, posee las condiciones idóneas para que la gente alcance su pleno potencial: ejercicio pleno de derechos; acceso a educación superior; libertad individual y para decidir; mecanismos de equidad e inclusión. Sin embargo, carece de otros elementos básicos para la sana convivencia: gran percepción de criminalidad; alta tasa de homicidios; carencia de tratamiento de aguas negras; insatisfacción con la vivienda; altos índices de obesidad e irrespeto a las mujeres. Eso le restó el puntaje necesario para quedar en la lista de los 10 mejores a nivel internacional. Se concluye, además, que al país le va bien en general, pero tiene dificultades reales para satisfacer las necesidades básicas de la población marginada en la sociedad.

En resumen, esta clasificación ofrece una fuente rica de información para la clase política, activistas y líderes para analizar el bienestar de un país. Pero también funciona para que las personas de a pie se conciencien sobre los aportes que le pueden brindar a la sociedad. En ese sentido, el proyecto de bienes raíces Portasol se ha esforzado en crear condiciones óptimas de progreso humano en la comunidad en la que se encuentra. El programa de responsabilidad social empresarial está comprometido con la mejora de condiciones de vida de las localidades aledañas. Por ende, colabora con el bienestar general en Portalón y demuestra cómo el desarrollo es un compromiso que debemos asumir todos los costarricenses.

Por: Andrés Figueroa.

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